Llueve. Me emboto en el clima. Hace días amagaba el cielo. Y hoy llueve, puedo verlo en la esquina del infinito. En frente, en diagonal, hay una puerta idéntica a la de mi casa y el calco de mi ventana. Me entusiasmo con el chaparrón, aunque Martín se haya ido puteando porque quería prender un fuego al mediodía. Tal vez no sea ese fuego, el humo que emerge de la combustión del carbón, el que intercepta a los vecinos. Veo un calor como del centro de la tierra. Y si pensamos que los cuerpos son un planeta, que cada cuerpo es un planeta, mi fuego expande los óvulos. Visualizo el recorrido. Y siempre está Martín, mi planeta, mi satélite natural. La lluvia, entonces, del día, de la tarde y la noche que lo sucediera, es fértil en mi tierra, moja mi llanura. Hoy empezamos el taller. Habrá gente nueva, horarios nuevos, tengo textos nuevos, inauguramos con Stephen King y la biblia en la que da consejos de escritura que él mismo llama "caja de herramientas". Soy un tornero, un herrero, un plomero, lo que sea que fuere que requiera mi oficio. Las cosas son vecinas en mi planeta. Me rozan. Y está todo bien. La lluvia lo dice, nada más hay que prestarle el oído. Pongamos atención al agua.

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