la belleza
con la que envejecen
los hombres
me recuerda
que soy una mujer.
y aunque admire
y me entregue
a mi único dios
de acero y terciopelo
también percibo
la madurez
de los otros hombres
como la precisa etapa
de exaltación
de la beldad y la sabiduría.
lo mismo ficha mi ojo
como una flecha zen al magma.
acceder
al cambio de las décadas
y encontrar referencias
en los libros
que hoy publican
quienes fueron mis amantes
sonámbulos, maniáticos,
silenciosos, enfermos,
borrachos y expertos,
profundiza mi ego.
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