Desabastecimiento de letras en papel

Hoy salió publicada en el Suplemento No de Página 12 una nota sobre escritores jóvenes, que hicimos con Strassburger, pero el espacio en el papel "quedó corto" por la pauta publicitaria. Esta es la parte de la nota que falta, que fue escrita con mucha dedicación y mucho amor:

RECUADRO: Crónica de una noche en el Pacha

Por Julia González

De ser analistas económicos, encontraríamos una explicación lógica a la oferta del mercado literario joven y rockero. Pero no, simplemente notamos que cada vez hay más lecturas en las que participan poetas, escritores y todo aquel que haya dejado atrás el antiguo prejuicio de las letras. Ya no hace falta ir a Puán, sólo basta una bic cargada de rock. ¿Quiénes son? El Quinteto de la Muerte, Los Mudos, Es A Propósito, El Terceto, Rocandpoetry y un largo etcétera. Pero el NO cayó por azar un jueves en el Ciclito de Juan Dé (alias de Incardona), en el Centro Cultural Pachamama, tugurio conocido por quienes consumen este tipo de lujuria literaria. En el Ciclito, cualquiera puede leer y tocar. La guitarra es un pasamanos y los acordes nacen de cualquiera. Todos hacen todo, iluminados apenas por un par de reflectores. El piano no tiene tantos adeptos, sólo un par se acercarán a sus teclas. La mesa ratona comunitaria ofrece cerveza, vino, whisky, tabaco y fuego. A las 12, Pat Morita ya estaba tocando la guitarra y luego, sobre la misma base del reaggae, Gustavo Sidlin (cineasta, músico y poeta) homenajeará a los artistas con un texto de su autoría. El Pacha es como la casa de uno, no se toca la puerta para entrar ni se pide permiso. Para evitar la presencia policial y las quejas de los vecinos molestos, los aplausos son chasquidos casi silenciosos de los dedos. Tal vez por esto la oferta crezca. “Que los músicos se vayan”, dice un pelado y se pone a cantar a capella, a la vieja ultranza bluesera, algo que dice “San Telmo es una navaja y no puede ser que yo nunca tenga filo”. Los oyentes están atentos, alguna guitarra puntea, pero el pelado insiste “quiero que no toquen”. El piano comienza a oírse, y el pelado, ofendido, desiste de su blues. En un sillón, una pareja se besa como si fuera la última vez. En frente, con la guitarra en sus brazos, Nacho Whisky dice, “qué buena viola, qué dulce que es”, y la toca un poco. Alguien, una chica, presenta la lectura de Juan Dé Incardona para la una y media de la mañana. Nacho arranca con su poesía que destila arrabal. No se sabe si pasó los 60 o simplemente la vida lo cagó a palos. Sin embargo, se queda tranquilo, desmitificando al borracho que siempre quiere ser el centro, y se desprende de la guitarra. Su compañero, Duende, tocará una chacarera, Campo afuera. “Para el verdadero campo”, dice. Y luego cantará una canción que parece que le duele: “justo que me curo me vengo a morir”. Nacho Whisky se solidariza con su dolor “muy lindo, muy Baudelaire”, le dice. Lo sucede Sebastián Matías Oliveira, lo anuncian, es rollinga, se nota en su forma de vestir, de hablar, de mirar. Su poesía habla del primer cuartito que no pega y del segundo que se cuela. Sildlin retoma la lectura y elige entre el heroísmo y una poesía potente y ajena. Entonces lee Sutra del girasol, de Allen Ginsberg. Se sube a un sillón, vocifera, actúa. Nacho Whisky de nuevo relata un poema. Luego Pat Morita se apoltrona con Andrés Gallego al piano y canta un tango que, como por arte de magia, se convierte en bossa nova. Diego, el fotógrafo local, lee un poema en una tímida verborragia de monosílabos. Hasta que llega el turno de Juan Dé, que hace un rato llegó de vender sus objetos maravillosos, los anillos, que ofrece a sus clientas con la seguridad de un gitano. Él va con micrófono. Se sincera que no sabía que leer, cuenta que la vez pasada leyó uno de su barrio, Villa Celina, que enseguida ubica orgulloso en el mapa del conurbano. Hoy es el turno de Víctor San la Muerte. Lee Incardona, con ese registro temerario, habla de sangre, de animales muertos. Se sienta en un sillón, solitario, no toma cerveza, dice que no come desde el mediodía y sonríe poco. De esta forma, entre pitos, flautas y guitarras, se hicieron las 3, las 4, las 5 de la mañana. Y el mercado hace rato que estaba al rojo.





Fotos: Emilia González

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